Aquellas cuevas roleras en las que nos reuníanos


Dirigí mi primera partida en un trastero de techo bajo sin ventanas, con cuatro amigos reunidos en torno a una diminuta mesa de camping, después de haber leído todos los manuales de AD&D y haberlos entendido a medias. En aquella época no pensábamos aún en llevar algo para comer y beber, tampoco suponíamos que aquella experiencia iba a atraparnos durante horas, hasta el punto de que se nos olvidase que había llegado el momento de ir a cenar. Echo de menos esa sensación de sorpresa constante, de no saber cómo iba a resultar lo que habías preparado o qué iban a decidir los jugadores en cada situación ¿y si decidían dar la vuelta y marcharse, real y figuradamente?

El siguiente lugar donde pasé más horas fue el club de rol de mi barrio, en un local cedido por el ayuntamiento. Llegamos en tropel después de unas jornadas, nos dividimos en grupos sin conocernos prácticamente de nada y nos pusimos a jugar. Hicimos buenos amigos, pusimos un bote para comprar juegos nuevos, que fotocopiamos sin piedad, montamos cenas en las que el plato fuerte era, por ejemplo, jugar una partida de Paranoia o ver las peores películas que hubiésemos podido encontrar en el videoclub. Hubo sesiones nocturnas de Vampiro: La Mascarada cuando alguien consiguió la primera edición, porque jugar a medianoche nos parecía lo natural y lo más lógico. Allí aprendí lo que era ser un buen y un mal máster, y que los juegos de rol no quedaban confinados a lo que ponía en las páginas impresas, tú mismo podías modificarlos, mejorarlos o crearlos desde cero.

Aquellos tiempos también pasaron y nos trasladamos a jugar al garaje de un amigo, aunque no sería el último sitio, ni el más raro. El sótano de un bar, rodeados de cajas de bebidas, el reservado de una cafetería, con las ocasionales miradas curiosas del camarero, un autobús en movimiento, volviendo a casa desde la universidad... cualquier lugar era adecuado. Volví a sacar la misma mesa de camping para dirigir una partida de iniciación, muchos años más tarde. Pero esta vez ya sabía que era mejor tener unos ganchitos y cocacola para evitar que los jugadores muriesen de deshidratación.

Porque la etiqueta de la mesa de juego es importante y también se aprende. En las "cuevas" roleras de mis amigos no solo me han ofrecido cualquier cosa para picar, sino a veces auténticas delicias, desde humus casero a cerveza romulana artesanal de un amenazador color azul. Me han invitado a comer y a cenar, antes o después de una partida, e incluso a quedarme a dormir, demostrando que con el rol no solo haces amigos, sino lo más parecido a una familia. También he hecho enemigos y le he caído mal a la gente, para qué negarlo. Pero lo uno no podría existir sin lo otro.

Echo de menos todo aquello, aunque tengo la esperanza de que vuelva. Mejor dicho, sé que lo hará. Charlar, distraerse, no seguir la aventura, reír, perder el tiempo, retomar el hilo justo a tiempo para vivir un combate épico, alargar las horas con los últimos comentarios. Regresaremos a aquellas cuevas y aquellas aventuras, estoy seguro, mejor pertrechados que nunca. Con veinte metros de cuerda, antorchas, raciones de carne seca, odres de agua... y muchas ganas. Pronto, muy pronto.


Photo by Tim Foster on Unsplash

Comentarios

  1. Volverán los oscuros dragones negros...

    No sé, puede que vuelva, pero siempre vuelve de otra manera, y siempre cuesta algo. Nos volvemos viejos misántropos, cómodos, gruñones, rígidos, resabiados. Cuando éramos más jóvenes sufríamos con ataduras que en realidad solo estaban en nuestra visión limitada del mundo, pero estaba todo por hacer, el camino sin pisotear... Nunca tan libres y nunca sentimos tanto lo contrario.

    Volverán los oscuros dragones negros... Quizás. Ojalá.

    ResponderEliminar
  2. Me siento muy identificado con el texto^^, ojalá algún día se pueda recuperar esa emoción de nuevo.

    ResponderEliminar
  3. Pues volver no volveran ya que es imposible, pero vendrán otros. Y como antes, unos serán buenos y otros no tanto; pero serán distintos. Yo, ya con 48 años y más de la mitad de mi vida jugando a esto, puedo decir que sólo con no haberlo aparcado estoy más que feliz. Las circunstancias te obligan a reinterpretar tu vida y tus aficiones y es inevitable que las experimentes de otra manera, pero como digo, en mi caso, puedo estar contento de como la afición me ha acompañado todos estos años. Y me quedo con eso

    ResponderEliminar
  4. Con el paso del tiempo acabas jugando a rol en lugar diversos y extraños. Yo he jugado en bares, en las escaleras de un sitio público, en casas de mucha gente, en centros juveniles, piscinas, trasteros, etc...

    ResponderEliminar

Publicar un comentario