Microrrelato: Un desafortunado incidente


—Usted es la última oportunidad de hacer justicia, comandante —dijo el hombre en la pantalla, frunciendo el ceño. La transmisión desde la Tierra era tan nítida que se podía ver cada preocupada arruga de su rostro.

El comandante Douglas, el astronauta al mando, estudió los documentos que el viejo policía le había enviado, en especial un recorte de periódico fechado veinte años atrás.

—No sé qué pretende que haga con esto, inspector Goldman.

—Muchos casos han quedado sin resolver en mi carrera, pero no quiero jubilarme con este en mi conciencia. Usted tiene los recursos.

—Le repito que esta base no contiene ningún dispositivo de vigilancia. Es una misión científica.

—¿Y el Ojo de Dios?

—Eso es un mito.

—Si lo es, la muerte de esa joven quedará impune. Llevo dos décadas tras su asesino y usted es mi última esperanza.

—Yo… puedo leer el informe policial y darle mis impresiones, pero nada más.

Goldman parecía haber envejecido diez años más. Meneó la cabeza, desalentado.

—Agradeceré cualquier ayuda.


La base lunar estaba automatizada casi en su totalidad. La presencia de astronautas era una formalidad burocrática y pasaban horas realizando comprobaciones de seguridad innecesarias. En los últimos años, solo uno supervisaba las instalaciones. Ser destinado allí se consideraba el punto final de una carrera y Douglas no se hacía ilusiones. Cuando le relevasen, dentro de tres meses, ya no volvería a volar.

Se sentó en el catre de su habitáculo, estudiando los documentos en su tableta. Sally Field, de quince años, había aparecido muerta a las afueras de un pequeño pueblo granjero del medio oeste. Tenía la ropa rasgada y sujetaba en sus manos tres girasoles recién arrancados. El alcalde Hogdson había calificado el caso como un desafortunado incidente y la investigación no había ido mucho más allá. Toda la población estaba rodeada de campos de girasoles. Encontrar uno en concreto habría sido imposible. Las notas manuscritas del inspector remarcaban el espíritu de lucha y tenacidad de la muchacha, incluso en sus últimos momentos. Partir un girasol, con su grueso y áspero tronco, requería de mucha fuerza. Douglas se incorporó y releyó aquellas palabras. ¿Por qué no había peleado contra su agresor? O quizá lo había hecho, pero entonces ¿por qué había cambiado de objetivo hacia los girasoles?

Subió a la sala de control y comenzó a teclear en el ordenador. A su alrededor se encendieron una docena de pantallas. Había mentido al inspector Goldman, la base sí era una estación de espionaje, lo era desde la Guerra Fría. Habían sustituido los telescopios convencionales por otros robotizados de mayor potencia, pero la misión seguía siendo la misma, observar la Tierra.

Accedió a los registros de veinte años atrás, en el pueblo de Spring Falls. Por suerte todo se digitalizaba ya entonces. Acercó la imagen hasta que infinidad de campos amarillos llenaron las pantallas. Pero él no buscaba lo que había, sino lo que faltaba. La víctima había querido enviar un mensaje arrancando aquellas flores. Buscó los campos arados en la fecha de su muerte. Varias docenas resaltaron con el marrón de la tierra removida. El asesino no había elegido al azar. Sabía que las cosechadoras los arrasarían al día siguiente, eliminando cualquier rastro. Douglas comenzó a ver las grabaciones de cada una de las parcelas. Casi una hora después, lo encontró. Un hombre, reducido a un punto por las imágenes de satélite, arrastraba un bulto, moviendo las plantas a su paso. Se forzó a seguir mirando aquella siniestra máquina del tiempo hasta que estuvo seguro. Era él. Le vio dejando el cuerpo en una cuneta y desapareciendo por un camino secundario. El satélite le siguió hasta una casa, fue fácil averiguar el nombre del dueño consultando el registro. Contuvo la respiración. Tenía al asesino. El autor de un crimen olvidado veinte años atrás, localizado con pruebas que no se podían presentar ante ningún jurado. Ni siquiera podía decirle al inspector Goldman que lo había logrado. Observó la foto de la joven Sally, sonriente en el periódico.


—¿Cariño, Spring Falls no es ese pueblo donde estuviste investigando la muerte de esa pobre chica?

—Sí, ¿por qué? —respondió el inspector Goldman, tomando un sorbo de su taza de café mientras se volvía para mirar el televisor del salón.

En las noticias, un reportero con gesto asustado señalaba un gigantesco cráter humeante, provocado por un trozo de basura espacial que se había salido de su órbita de alguna manera. La única víctima mortal que había que lamentar era el alcalde Hogdson, que se encontraba en su casa en esos momentos.

Goldman se levantó, salió al jardín y, mirando hacia el cielo mientras sonreía, alzó su taza hacia la silueta blanca de la Luna en señal de agradecimiento.


Photo by Dean Hayton on Unsplash

Comentarios

  1. Innola Puerto Verde28/1/20 10:38

    La venganza, la dulce venganza... el castigo divino, el ojo por ojo... Quizás a nivel racional no podamos admitirlo, pero estaría bien que allí en el cielo hubiese un Dios que castigase a los malvados sin error posible.
    Buena historia.

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  2. Me ha gustado, muy buena historia.

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