Microrrelato: Duendes, hadas, brujas y trasgos


La pintura trazaba espirales azules sobre su torso desnudo. Él mismo se había dibujado los símbolos, confiando en que le protegiesen de los espíritus malignos que aprovechaban la noche de Samhain para cruzar al mundo de los mortales. Tras él se escuchaba aún el ruido de la fiesta, las risas y los bailes. El humo de la hoguera se pegaba, amargo, a su garganta. Le llegaba también el olor a alcohol, que pronto tumbaría a la mayoría de los asistentes. Algo muy oportuno para él, porque lo que iba a hacer estaba prohibido. Se había escabullido mientras seguían distraídos y con los sentidos embotados, alejándose del círculo protector de las luces brillantes para internarse en la espesura.

En el territorio donde nadie solía pisar ya, y mucho menos en esa noche, había un viejo árbol que ya estaba allí antes de que él naciese. Retorcido y nudoso, se elevaba hacia las estrellas como una mano huesuda. En su centro podía verse una antigua cicatriz, quizá producida como un rayo, que casi lo dividía en dos verticalmente. El resto del año era un árbol común, pero él sabía que en Samhain se convertiría en algo muy diferente: una puerta. La áspera y requemada hendidura de su centro se abriría y por ella entrarían los duendes y las hadas… o quizá algo peor, si él no lo impedía.

Golpeó los zarzales con su cuchillo, pero eran un muro alto y espeso de vegetación entrelazada. Tomó aire y lo atravesó, a pesar del dolor lacerante de sus espinas. Las raíces le hacían tropezar, las ramas azotaban su rostro. Toda la naturaleza parecía estar en su contra, quizá porque intuían cuál era su plan. Al fin tuvo el roble partido delante de sus ojos.

Quitando el tapón de la botella de licor, derramó su contenido sobre la vetusta corteza, empapando el tronco de líquido inflamable. Después alzó el candil fabricado con una calabaza ahuecada.

—¡Aidan! ¿Qué haces aquí detrás? ¿No te he dicho que en esta parte del jardín no se juega? ¡Vas a hacerte daño! —gritó una voz femenina a su espalda, antes de que pudiese dejar caer la llama—. Mira cómo te has puesto… ¿Eso es una botella de vodka? Jovencito, ahora sí que te has metido en un lío… Este Halloween te quedas sin salir a pedir caramelos con tus primos. ¡Castigado a tu cuarto!

Sin hacer caso de sus protestas, su madre le arrastró de vuelta a su casa, tirándole de las orejas. La lámpara quedó abandonada en el suelo. Cuando desaparecieron, se escuchó una risita. Después una pequeña mano apareció de entre las sombras y cuidadosamente apagó la vela con sus dedos.


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