Una carretilla llena de libros


Este fin de semana se ha marchado alguien importante para mí y me apetecía despedirle como se merece, escribiendo algo para él.

De niño veraneaba en el pueblo de mis padres, allí no tenía mucho para leer así que pasaba la mayor parte del tiempo hojeando los mismos cómics o revolviendo en el desván de la casa de mi abuela en busca revistas viejas. Un día cualquiera de agosto, mi tío llamó a la puerta. Empujaba una carretilla llena hasta los topes de libros, literalmente. Antiguas ediciones del Reader’s Digest que abarcaban décadas enteras y que nunca supe de dónde había sacado. Para mí, un tesoro. Las siguientes semanas transcurrieron entre ordenarlos cronológicamente, leer cada artículo con avidez y maravillarme por aquella ventana al mundo que me había prestado. Nunca pude agradecérselo bastante.

Pero así era mi tío. Siempre dispuesto a bromear, empeñado en compartir conmigo el amor por la lectura, regalándome libros durante toda mi infancia, algunos que no llegué a comprender del todo hasta muchos años después, pero que sin duda moldearon quien soy ahora. "El Hobbit", novelas de Julio Verne, "Mi familia y otros animales" de Gerald Durrell, pilas de cómics históricos de Forges, una colección de sellos, toneladas de revistas de ciencia y divulgación… no se puede contar todo lo que aprendí gracias a él. Las visitas a su casa, con sus estanterías llenas de libros del suelo al techo, eran siempre sinónimo de algo nuevo.

Pero por encima de todo, si en algo me marcó fue en hacerme pensar que no había nada extraño en preferir pasar horas entre las páginas impresas en vez de jugando en la calle. Puede que a mis amigos del colegio no les entusiasmase como a mí visitar una biblioteca, pero si él, un adulto, tenía los mismos gustos que yo, es que no había nada de malo en ello. Quizá intuyendo todos estos dilemas que rondaban por mi cabeza, y sabiendo lo fácil que es sentirse raro o desplazado a ciertas edades, uno de sus últimos obsequios incluyó una novela titulada "Nadie es una isla".

Me habría gustado que mi tío hubiese podido leer mi primera novela y siempre lamentaré no haberla terminado antes para llegar a conocer su opinión. Al menos trataré de hacer honor a lo que él quiso enseñarme y transmitir su mismo mensaje. No perder la sonrisa, ser generoso, amar las palabras y compartirlas con otros. Para que un día alguien me recuerde como yo a él. Gracias por todo, tío.

Comentarios

  1. En mi vida hubo una figura similar a la de tu tío, que fue mi abuelo, murió hace 20 años, pero tu mensaje, pese a ser triste, también me ha traído buenos recuerdos.
    Un abrazo

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  2. Un abrazo muy fuerte, Rob.

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