Escribiendo (malos) giros de guión, o cómo frustrar al espectador


Escribir un guión es construir una maquinaria narrativa que debe llevar al público a un resultado concreto en un tiempo limitado. A diferencia de un novelista, el guionista tiene noventa minutos escasos para atraer al espectador hacia su historia, hacer que conozca a los personajes y empatice con ellos, hasta el punto de que le importe lo que les ocurra. Debe dosificar la información, interesar, sorprender y sobre todo, dar un golpe de efecto final, un cierre satisfactorio que puede llegar en forma de explosión o de simple plano fijo con el protagonista caminando hacia el horizonte.

En resumen, un buen narrador crea expectativas, planteando situaciones en las que intuyamos qué va a pasar pero a la vez sigamos enganchados porque no estamos seguros. Por una parte anticipamos los giros de la trama, por otra confiamos en el autor y sabemos que todo es posible. Al final, consideraremos ese tiempo bien empleado si la conclusión es algo que no habríamos imaginado por nosotros mismos, al menos no en su totalidad. Sobre todo, esperaremos que no haya trucos y que ese final responda a la lógica interna que haya desplegado el relato.

Varias películas y series con las que me he topado últimamente incumplen estas normas, quedando cojas en sus actos finales o fracasando estrepitosamente, ya sea por intentar ser originales o por falta de planificación. La imagen que ilustra este artículo es el ejemplo más reciente y más claro de ello. Baby Driver es una película de atracos escrita y dirigida por Edgar Wright, conocido de todos por la Trilogía del Cornetto, entre otras.

A partir de aquí habrá spoilers, así que si no la habéis visto, ¡alto!

El protagonista de Baby Driver, interpretado con el carisma de una piedra por Ansel Elgort, es el conductor de la huida, un arquetipo recurrente en el cine. También nos encontraremos a viejos conocidos como "el hombre del plan", la camarera como interés romántico, el miembro del grupo conflictivo y la pareja de delincuentes a lo Bonnie y Clyde. Con las piezas en el tablero y la trama en marcha, ¿dónde surge el problema a nivel narrativo?

A lo largo de los minutos de metraje se nos recalca una idea: el personaje peligroso y problemático es Bats, interpretado por Jamie Foxx. Tiene escenas potentes, tiene diálogo para hacerse poco a poco más complejo y amenazador. Todo es correcto en su construcción. El espectador sabe que si alguien va a hacérselas pasar canutas al protagonista, es Bats... ¿o no? Oh, sorpresa. En el último acto, este personaje desaparece y es sustituido por otro, en una pirueta de guión incomprensible.

Los trucos de última hora rara vez funcionan, por muchos motivos. Un buen antagonista requiere preparación, no puede surgir de la nada. El espectador tiene que saber de qué es capaz y temer (y desear) el momento en que el protagonista se enfrente a él. La sorpresa de cambiar al villano en el último momento no compensa los minutos perdidos.

Otro ejemplo similar, visto en una serie de televisión que me ahorro mencionar. Si en un thriller te sacas de la manga a un desconocido como asesino final ¿a quién le importa? Es un cero a la izquierda, no se empatiza con él y no aporta nada a la historia. La revelación verdaderamente impactante es que el criminal siempre estuvo entre nosotros, no que era una persona cualquiera que pasaba por allí.

Como conclusión, me remito al párrafo inicial. El guión es una maquinaria muy exacta y sensible con un objetivo concreto, que no responde bien a cambios de última hora, atajos o trampas. Cada minuto de metraje o cada página empleada en presentar a los personajes y la trama cuenta. Las piruetas narrativas son difíciles de hacer y normalmente no compensan. Dosificar la información, crear expectativas y responder a ellas, es la fórmula que mejor funciona.

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