La maldición del diamante Hope



El diamante Hope es una piedra de 45 quilates, de un profundo azul oscuro, sobre la que, según la leyenda, pesa una maldición que hará caer en desgracia a cualquiera que lo posea. Ha tenido muchas formas y sus dueños han sido desde ladrones hasta príncipes y reyes. Alguno, como Luis XVI, perdió la cabeza por él... literalmente. A día de hoy se expone en el Museo Smithsonian de Washington D.C. y sea cual sea la verdad tras su truculento pasado, se ha convertido en una de las joyas más famosas del mundo.

La realidad y la ficción se entremezclan en la biografía de este diamante. Hay una historia oficial, que se puede seguir en los libros, y otra que resulta más difícil de comprobar, pero también es más apasionante. Según esta segunda versión la piedra habría comenzado su vida en la India, donde tras ser descubierta en una mina y cortada burdamente, se convirtió en el ojo de un ídolo local. Con estos antecedentes, el siguiente capítulo es bastante predecible: alguien que no temía la ira de la deidad robó la joya. Un grave error, porque a partir de ese momento todo aquel que la tuviese en su poder se encontraría en peligro de muerte debido a su pernicioso influjo sobrenatural.

Más allá de las fábulas y las supersticiones, un hecho que sí que está contrastado es que el famoso joyero del siglo XVII Jean-Baptiste Tavernier regresó de uno de sus viajes a la India con un diamante azul de gran tamaño. Era tosco y triangular, pero con sus 115 quilates ya resultaba una pieza impresionante. Tanto es así que tras ser adquirido por Luis XIV en 1668 y enviado a tallar, se convertiría en uno de sus  favoritos, pasando a llamarse el Francés Azul o le diamant bleu de la Couronne de France. Si hacemos caso a la leyenda, Tavernier no tendría tiempo de disfrutar del dinero obtenido por el trato con el monarca ya que poco después sería despedazado por perros salvajes en un viaje a Constantinopla.

La mala suerte perseguiría a aquellos en la corte que se atrevían a llevarlo incluso en una única ocasión, como le ocurrió a Nicholas Fouquet, guardián del tesoro. Se dice que tras lucirlo en un baile perdió el favor del rey, fue encarcelado y ejecutado. A pesar de su estela sangrienta, el diamante permanecería en las arcas de la familia real hasta la Revolución Francesa, una época turbulenta en la que desapareció, supuestamente robado y pasado de contrabando a Inglaterra. Luis XVI y Maria Antonieta, sus últimos dueños, serían ejecutados en la guillotina.

No volvería a saberse nada de él hasta veinte años después, y tampoco con la misma forma. El mercader de piedras preciosas londinense Daniel Eliason mostraría en 1812 un diamante de menor tamaño, pero con el mismo característico brillo azul profundo. Todo apunta a que se trataba de un fragmento del Francés Azul original, cortado por alguno de sus sucesivos propietarios ilegítimos para evitar que se le pudiese seguir la pista. De nuevo hay un episodio oscuro ligado a esa operación: el supuesto encargado de tallarlo, el joyero holandés Wilhelm Fals, moriría a manos de su propio hijo, Hendrik, quien después se suicidaría.

Un rumor persistente habla de su adquisición por la corona británica en 1830, pero no hay ninguna prueba documental sobre ello. Su siguiente propietario oficial sería el banquero Thomas Hope, que podría haber pagado la desorbitada suma de 90.000 libras por él. Había nacido el “Diamante Hope”, nombre que conservaría incluso después de ser vendido por la familia en 1901 para evitar la bancarrota ¿de nuevo causada por la maldición?

En apenas diez años pasaría por varias manos, entre ellas las de un sultán turco, gracias a la intervención de un fiel mercader llamado Habib Bey. El intermediario griego que lo tenía anteriormente en su poder, Simón Mencharides, habría fallecido tras caer con su carruaje por un precipicio. Bey no correría mejor suerte y se ahogaría en un naufragio poco después. En el palacio del sultán Abdul Hamid II, el Hope dejaría una larga lista de cadáveres, incluyendo al sirviente que recibió la orden de pulirlo; Zubayda, la concubina preferida, que moriría apuñalada; el guardia que lo custodiaba, linchado por una turba furiosa; o un funcionario que trató de robarlo y fue colgado por ello. Al menos así lo narraron los artículos más sensacionalistas de principios de siglo.

La joya fue vendida y viajó a Nueva York y París, hasta ser ofrecida al famoso Pierre Cartier. Sería él quien lo haría llegar finalmente a Edward y Evalyn McLean, una pareja de la alta sociedad de Washington. Para entonces las noticias sobre la supuesta maldición ya eran de dominio público, sin embargo eso no arredró a la señora McLean, que lució por primera vez su adquisición en 1912 y seguiría haciéndolo a lo largo de las siguientes tres décadas. A pesar de los infortunios que golpearían durante los años a sus allegados, ella nunca se los achacó al Hope.

Serían los herederos de los McLean, más de 35 años después, los que lo venderían a Harry Winston, un comerciante de diamantes de Nueva York. La piedra fue exhibida en su exposición itinerante hasta ser donada de forma altruista al Smithsonian, donde permanece desde entonces sin causar más muertes, que se sepa. Su valor estimado en 2011 era de unos 250 millones de dólares.

Para terminar, un detalle curioso, descubierto durante el análisis científico del diamante: expuesto a luz ultravioleta, el Hope emite un brillo de color rojo que permanece durante varios minutos. ¿Sería esa característica el origen de su mortal fama?

La maldición del diamante Hope es la semilla perfecta para una campaña que transcurra a lo largo de los siglos, con diferentes personajes en busca la piedra o tratando de sobrevivir a su maligno influjo. Desde sacerdotes hindúes que tratan de recuperar el ojo perdido de su ídolo hasta ladrones de los años 20, pasando por saqueadores durante la Revolución francesa o rebeldes turcos, los posibles protagonistas y escenarios son tan variados como interesantes.


Comentarios

  1. Podría ser una gran crónica/campaña, a lo "El Violín Rojo"...

    ResponderEliminar

Publicar un comentario